Por Zita Herrador.
Recuerdo la escena con bastante
ironía: Yo acababa de dar a luz a mi segunda hija y justo se me ocurrió prender
la televisión mientras conciliaba el sueño; el programa que pasaban era
justamente cómo los países de Europa han logrado implementar políticas públicas
que permiten a las mujeres atender el primer año de vida de sus hijos y después
reincorporarse al mercado laboral, ya sea en empresas que les facilitan
servicios de guardería durante su jornada o mediante empresas emergentes que
ofrecen la oportunidad de trabajar completa o parcialmente desde casa. Son
empresas establecidas, con prestaciones de ley, oportunidad de ascensos por
productividad, etc. Claro, allá también las licencias por maternidad son más
extensas, las facilidades para lactar están bien establecidas y tanto padre
como madre tienen la oportunidad de distribuir según sus necesidades un permiso
laboral por UN AÑO para cuidar a su bebé (eso, señores, es verdadera equidad de
género). En eso volví a mi realidad… esa en la que a los 45 días el bebé se
queda en casa con los abuelos o en alguna estancia para que la mamá regrese a
trabajar y, en el mejor de los casos, haga malabares para lactar y contribuir
así con la salud de su bebé.
En este panorama, más lo
desglosado en mis artículos anteriores, sería muy interesante analizar las
causas por las que la maternidad pareciera tender a la baja entre los sectores
escolarizados en nuestro país y si esto es justo lo que el país necesita para
seguir progresando. Vamos a aterrizarlo un poco más: en una ecuación lógica de
ideas, la suma de un feminismo un tanto antimaternal más el individualismo y
consumismo de nuestra era, más las políticas antinatalistas comenzadas en los
80´s con las que se nos grabó en el cerebro que “la familia pequeña vive mejor”
(falsa premisa en muchos casos, por cierto) pueden habernos situado en un
terreno en el que la maternidad pudiera parecer poco atractiva.
Pero eso no es
lo que afecta al grueso de la población femenil… sí es cierto que tenemos
tatuado en el subconsciente que dos hijos es lo políticamente correcto, pero me
atrevo a decir que en muchas mujeres lo que acaba pesando en la decisión de ser
o no madres y de tener uno, dos y no más hijos, es precisamente la dificultad
para conciliar ambos roles: el de madre y trabajadora.
El ritmo de vida de
ahora es vertiginoso, complejo económicamente, y uno hace malabares para tratar
de atenderlo todo… nos desenvolvemos diariamente como “locas funcionales”,
tratando de cumplir medianamente y a la carrera con todos los roles que
elegimos: trabajadoras (ya sea dentro o fuera de casa), madres, esposas. En
este ritmo de circunstancias no es de extrañarse que una frase muy comúnmente
escuchada sea “Yo si acaso uno o dos, no podría atender a más (hijos)”.
Entonces…¿Dónde queda el verdadero derecho a elegir? ¿Es que sin darnos cuenta
es el mismo estilo de vida, la situación económica, la falta de apoyo en
políticas públicas, las casi nulas posibilidades conciliadoras, las que acaban
tomando la decisión por nosotras? En el mundo en el que todos parecieran exigir
su “derecho a decidir” ¿las madres nos hemos convertido en un grupo numeroso
pero silencioso y casi invisible?
Quizá sea necesario recordar
que la maternidad no es un estado de vida acreedor de caridad ("pues
ahí... con lo que gusten ofrecernos señores legisladores y gobernantes; con lo
que mi patroncito pueda darme..."), sino que es una elección, una opción
de vida que merece también respaldo social y legal. De tal suerte que si la ley
avala otro tipo de reclamos, no urgentes y que a veces atentan incluso contra
la salud ¿por qué no atendernos a nosotras también? No deberíamos renunciar a
nuestro derecho de ser madres de la forma en que queramos solo porque es
incosteable, ni deberíamos elegir tener hijos solo para recibir las becas
asistenciales del gobierno como fuente única de sustento, como sucede en
comunidades pobres.
Y si lo vemos con ojos muy
pragmáticos, la maternidad conviene al país: no sólo es el principal vínculo
transmisor de cultura, valores, ideas y pilar básico para el desarrollo
emocional, psicológico y social del individuo, sino que es clave para que el
país no caiga en el invierno demográfico en el que se encuentran muchos países
europeos y que sería motivo de una severísima crisis económica. Lo pongo en
cifras: el país para mantenerse necesita una tasa de recuperación promedio de 3
hijos por familia (o sea, los que mueren son iguales en número a los que
nacen), pero ¿qué creen? La tasa de natalidad promedio es de 2.26 (o sea 2.26
hijos por mujer mexicana), ubicando la tasa más alta en Chiapas con 2.9 y la
más baja en la CDMX con 1.47 (1). Noticia: La sobrepoblación en México es UN
MITO. ¡Europa, invierno demográfico, ahí les vamos!